Ayer vinieron á esta villa dos de tus asalaria- dos y pretendiéron, desde lo que llaman tribuna civilista, ultrajar cobardemente la memoria de mi padre. ¡Oyelo bien! la memoria de mi padre, cuyo sólo recuerdo te hace temblar, ¡miserable! Sostienen tus paniaguados que, si mi padre se convirtió en el blanco de tus iras canallescas, si tú lo calumniaste villanamente y, abusando del poder usurpado, lo mandaste poner en dura pri- sión y lo entregaste á la.acción de un tribunal ad hoc, encargado de condenarlo á todo trance; si tú, en fin, lo perseguiste hasta en el destierro y, como último recurso que te sugirió tu mente en- fermiza y criminal, pusiste todos los medios á tu alcance para acabar-con la vida de un hombre justo y honrado; que si tú hiciste todo eso, fué obedeciendo á un instinto de conservación y á una necesidad de justicia, por que mi padre, se- gún ellos, no estaba inmaculado. ¡Imbéciles! Si tuvieran talento no menciona- rían siquiera el nombre de la más grande y más noble de tus víctimas, porque eso te acarrea á ti graves peligros, que tú, mejor que cualquiera de ellos, sabes cuáles son. Dejaré de lado á tus infortunados propagan- distas, que son de los que saben volar cuando la tormenta se acerca, para dirigirme á ti, tan sólo á ti, que eres la fuente de podredumbre y maldi- ción en donde se abastecen los cerebros de esos degenerados. Dime, desgraciado: ¿en dónde, qué día y á qué hora y ante quiénes quieres que nos veamos, frente á frente, para que tú me sostengas que mi padre fué culpable y para contestarte yo, con to- da la energía de que soy capaz y con ayuda de documentos y datos irrefutables, que eres el más cobarde é infame de los criminales? Contesta categóricamente y no me eches al paso á tus sabuesos, porque ningún caso les ha- nO Contigo es con quien quiero entendérmelas. No pretendo sostener discusión por la prensa acerca del asunto, porque no dispongo ni de tiempo ni de recursos y porque conozco muy bien la clase de plumas que tienes á tu servicio, y sería yo un necio si me empeñara en tan inútil discusión. El honor del que fué mi padre, la justicia y la honradez que guiaron todos los actos de su vida pública, están bien reconocidos en todo Costa Rica. En cambio, tu maldad y tu perfidia, la pe- queñez de tu alma y la inmensidad de tus bas- tardas ambiciones, las pregonan hasta aquellos que se apellidan tus partidarios, á quienes tú has comprado sus conciencias para que te ayuden en una obra de iniquidad y de infamia. ¡Contesta, miserable! O voy allá, ó vienes aquí, para confundirte con el recuerdo de tus crímenes. Aristides Montero Naranjo, mayo 3 de 1909. Imprenta del Comercip-». San José